Había leído mucho sobre la autonomía femenina. La mayoría de las autoras feministas coinciden en que la soledad es una piedra angular en este proceso. En principio pensé que lo había comprendido, es decir, que sabía a qué se referían, pero llevarlo a la práctica me costó un par de años…

Cuando Marcela Lagarde habla de que las mujeres siempre tendemos a contar de inmediato a las amigas lo que acababa de sucedernos y expresar nuestras emociones porque no sabemos qué hacer con la angustia o la alegría. “¿Pero qué de malo hay en eso?”, decía yo. Poco a poco comprendí que esa actitud me hablaba del miedo que le tenía a enfrentar sola a mis propias emociones para comprenderlas y tomar decisiones. Dejar de esperar que la mejor amiga tenga tiempo para que me diga qué hacer y qué no porque no me conozco y necesito pensar en dos personas para hacer algo.

Recuerdo que en un momento muy triste de mi vida, mi amiga estuvo ahí y lo agradezco, pero creo que abusé de ella: esperaba que me dijera por qué la vida me trataba mal y bla bla bla… *inserte su discurso victimista*. El tiempo me demostró que las amigas pueden ser una contención emocional, no una muleta.

Imagen: unsplash.com
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Cierto día, en una situación en la que siempre necesitaba de mi muleta decidí no pedir “auxilio” para demostrarme que podía solucionar sola mis asuntos a través de la gestión de mis emociones. Me sorprendí por esa nueva habilidad.

Desde esa primera vez me propuse hacer costumbre el pensar, sentir y decidir por mí. Sé que el apapacho de las amigas siempre viene bien, pero supe distinguir entre un consejo, un cariño y la necesidad imperiosa de su escucha y consejo (es que las convocaba como si de los caballeros de la mesa redonda se tratara :P).

Esta “autonomía” también se reflejó en mi lenguaje. Antes decía: necesito que me compren esto, que me lleven a ese lugar, que me digan qué hacer, me amen… siempre estaba esperando que otra/s persona/s hicieran lo que yo debía realizar por mí misma. Así que cambié el discurso: necesito comprarme o regalarme, me voy a llevar a ese lugar, me voy a amar, me, me, me… Necesitaba dejar de ser la carga de otra persona, como si fuera su responsabilidad hacerme feliz o explicarme.

Con un poco de perspectiva digo apenada: ¡qué pesado estar a lado de una persona coja! Ser muleta de alguien no es saludable.

Entendí todo es un proceso, que continúo aprendiendo y que es muy bonito saberte dueña de tus emociones, conocer poco a poco tus límites y aceptarlos.

Es difícil desaprender esos hábitos porque normalmente a las mujeres nos crían desde niñas a ser seres incompletos, con la eterna necesidad de alguien (padre, pareja, amistades) que esté enseñando de qué va la vida, porque solas pareciera ser que nos ven incapaces de entendernos y responsabilizarnos de nosotras mismas (emociones y felicidad).

Y sí, tal vez aprendemos cosas de algunas personas (madre, padre, pareja o amistades) pero no necesitamos que se vuelva nuestras muletas para andar por la vida.

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Imagen: pixabay.com